Articulo publicado en IOR consulting

En mitad del infierno también puede haber luz

Hace mucho tiempo, en mis comienzos profesionales, Dios quiso que trabajase en una organización donde reinaban el despotismo y el miedo, donde la libertad para pensar de forma diferente suponía el despido y a los trabajadores los manejaban como si de peones de ajedrez se tratase. Al principio parecía un paraíso, pero al poco tiempo empezabas a sentirte como esclavizado y comenzabas a apreciar un ambiente cada vez más difícil de respirar, estaba claro y no hacía falta ir a Harvard para saber que allí no había Felicacia.

A pesar de que en ese momento no tenía otro trabajo, a los seis meses de entrar por la puerta tomé la decisión de irme: tenía claro que no podía quedarme allí, recién licenciado y con todas las ilusiones del mundo… no, no podía quedarme allí ni un minuto más.

En un principio mi rabia y mi dolor eran inmensos por las trastadas que me habían hecho después de haberlo dado todo, podría decirse que cuando entré era un incondicional, pues ansiaba abrirme paso y quería dar lo mejor de mí mismo, pero el destino había querido enseñarme una lección y prepararme para que en un futuro trabajase a favor del bienestar de las personas en las organizaciones. Así aprendí que en mitad del infierno también puede haber luz.

En aquel momento no podía verlo, no estaba preparado, pero con el tiempo aprendí a agradecer aquella situación, y fue precisamente a partir de ella cuando empezó a germinar lo que hoy es «Felicacia».

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